Por aquellos años solíamos subir la colina que quedaba cerca de la estancia de mi abuelo. Digo solíamos, digo yo y Sofía. Nos encontrábamos al pie de aquel monumental trozo de tierra y sin saludarnos emprendíamos la larga travesía que nos deparaba aquel sector. No recuerdo el día en que la conocí; para mí siempre estuvo ahí, formaba parte del paisaje veraniego. Tampoco sabía en ese entonces donde vivía ella, apenas conocía su nombre, el cual me provocaba ternura.
Entonces caminábamos por los caminitos del cerro aquel, mirándonos de vez en cuando, y yo miraba, miraba sus ojos negros lindísimos que jamás volví a ver en ninguna otra mujer. Miraba sus ojos y me sentía acogido y podía seguir subiendo y subiendo kilómetros y kilómetros y seguía mirando sus ojos. Caminábamos todos los días después de almuerzo, y mis vacaciones siempre fueron caminar, ese trayecto de la eternidad junto a sus ojos. A veces seguíamos a algún animal perdido, pero la mayoría de las veces subíamos al gran árbol de mi abuelo. Desde allí veíamos el mar y las olas reventando en las rocas, lejanas como tus ojazos negros e impenetrables. Entonces nos quedábamos horas y horas y horas y más horas y pasaban los días y los años y el paisaje seguía ahí, como sus ojos impenetrables, bellísimos, y sus ojitos me miraban con ternura diciéndome que bello paisaje, Julián. Y las olas seguían reventando allá abajo, lejos de nuestras miradas. Un día hablábamos sobre nuestros amigos, en la cuidad, a cientos de kilómetros de nuestras miradas, y ella me dijo que no tenía muchos pero que los quería mucho más si eran menos, porque le tocaba más amor a cada uno, en cambio yo tenía muchos y a cada uno le tocaba poquito amor. Ese día decidí que Sofía sería mi única amiga, así le tocaría todo el amor que podía entregar, sin contar el amor de mi mami que era más grande que el mundo entero. Sofía sonrió cuando le comuniqué mi idea. Dijo que no podría jugar con nadie cuando estuviese en la escuela porque no tendría amigos allá y ella estaría lejos, lejos, lejos como sus ojazos negros y las olas reventando en las rocas. Entonces yo le quería gritar porque no aceptaba mi amistad pero me miraba con sus ojitos negros lejanos e impenetrables y no podía, sólo podía decirle que bueno, que tendría amigos pero les quitaría cariño para darle más a ella y ahí si sonreía más complacida y yo me sentía tan feliz de verla así y sonreímos los dos y bajamos del árbol y volvimos, cansados de tanto divagar, a nuestros hogares, ella junto a su mami y yo junto a mi mami y el recuerdo de Sofía.
Llegaba el último día en que nos veríamos y yo con mi cara de niño triste le decía que la extrañaría, pero en mi imaginación porque me daba vergüenza decirle eso frente a frente, pero no importa porque la iba a extrañar de todas formas. Pero un verano ella me dijo que me extrañaría y me derretí ahí mismo porque con sus ojazos me dijo mucho más y yo sólo le dije bien tonto ‘yo también’ y nada más y ella me miró con tristeza y me preguntó ‘¿Y cuánto me extrañarás?’ ‘Harto’ Pero de verdad no podía decirle nada bonito porque estaba rojito como un tomate y también que me hacía pis ahí mismo. Pobrecita, pensó que no la extrañaba, pero yo lloraba toda la semana después de aquel último día fatal. Lloraba sólo una semana porque después venía el colegio y mis amigos con menos cariño que Sofía no podían verme llorar como una niñita, aunque a veces lloraba escondido en mi casa, sin que mami supiera porque me daba vergüenza. El año era largo y sólo quería que llegara el verano para ver tus ojos negros, lejanos e impenetrables y subir contigo la colina y subir el árbol y decirte que te quería, aunque solo fuera en mi imaginación, porque a medida que crecía me daba más vergüenza todo y ya eran lejanos como las olas reventando en las rocas aquellos días en que te decía que tendría menos amigos sólo para quererte a ti. Me ponía rojo como tu vestido ese tan lindo cuando recordaba aquel momento. Pero llegaba el verano y ahí estabas, mi amiguita de verano, lista para recorrer esos kilómetros cuesta arriba, para subir al gran árbol y hablar y hablar y mirarme con esos ojazos negros, lejanos e impenetrables. Que bonitos días hacía por aquellos años, que bonitas olas junto a ti. Hoy parece menos luminoso el paisaje. ¿Dónde estás, Sofía? ¿Subiste a otra colina y te gustó más? Los veranos eran cortitos contigo, aunque estuvieras lejana e impenetrable como tus ojitos, y no podía abrazarte porque me daba vergüenza y ni siquiera podía apoyar mi cabeza en tu hombro porque me hacía pis ahí mismo, aunque yo ahora se que hubiese sido lindo y que me hubieses dejado y me hubieses abrazado y hubiese sentido tu calorcito y hubiese olido tu pelo y ver más de cerca esos ojazos lejano e impenetrables. Como te quería, Sofía. Corríamos cuesta abajo y el sol ya se ponía y nos teníamos que despedir. ¿Te acuerdas cuando te diste vuelta y me tiraste un besito? Corrí, rojito como tu vestido bonito, y abracé a mami porque estaba feliz, feliz porque tu besito recorrió el aire y me llegó directo la corazón y me derretí ahí mismo, Sofía, porque te quería tanto, pero ahora te fuiste y ya no hay más besitos ni ojitos lejanos e impenetrables, porque mi imaginación se fue contigo. Vuelve, Sofía, que ahora si que te extraño y te abrazaría y te diría mil veces te quiero, porque ya no hay vergüenza, lo juro. Entonces corrí, corrí donde mami pero no le dije nada y después a mi pieza. Me tiré en mi cama y esa noche soñé contigo, porque por las noches te extrañaba también, y moría por ti, Sofía.
Un día no apareciste y yo esperé toda la tarde y no había rastro de tus ojazos negros, lejanos e impenetrables, y no llegabas y no aparecías y yo me preocupaba y yo lloraba, y no estabas y que sería de ti, Sofía, dónde estabas. Y por fin llegaste cuando ya estaba oscurito, con tu mami y con la mía y corrieron y me abrazaron y yo no entendía nada pero me abrazaban y me besaban y me decían te quiero, chiquitito. Pero tú estabas lejos, como tus ojos y no me abrazabas y yo lloraba más fuerte, como niñita, y más vergüenza me daba que tú me vieras así. Al otro día fui de nuevo, al mismo lugar, ese que sólo tu y yo conocíamos y apareciste y me pediste perdón, pero el día anterior tuviste que ir al pueblo porque tu papi se sentía mal y tenía que conseguir no se que pastillitas milagrosas y perdón de nuevo, pero no importaba, Sofía, porque ahí estabas y no te reías de mi llanto de niñita del día anterior. Como te quería en ese instante y como corrimos cuesta arriba nuevamente, y te quería más y más en cada paso que dábamos. Y así crecimos y tus ojitos seguían iguales, lejanos e impenetrables, y mi vergüenza no seguía igual y tu pelito creció más y yo seguía igual de vergonzoso, y tú crecías y yo seguía igual de rojito como un tomate. Y tus papis hablaban con lo míos y todo pintaba para casamiento y todos serían felices según mi papi. Pero nosotros nunca nos enteramos de nada y éramos felices así, tú mirándome con tus ojazos negros, lejanos e impenetrables y yo extrañándote y abrazando mi almohada por ti en las noches. Mi almohada recibió mil te quiero y miles de besitos tiernos, pero me miraba con su funda blanca y no con ojazos negros y me daba pena y no podía dormir imaginándome esos ojazos, ay cómo te extrañaba, Sofía. ¿Por qué ya no estás? ¿A quién miras ahora?
Pero un día no llegaste más, no hubo más ojitos, ahora más lejanos e impenetrables, y le pregunté a mi mami dónde estabas y tu abuelo había vendido su estancia porque ya le aburría, y yo lloraba y lloraba y hasta el día de hoy no veo tus ojitos, cada día más lejanos e impenetrables, y no subí más la colina porque me daba pena, y el gran árbol ahí quedo. Lo cortaron tiempo después. Y los recuerdos se fueron contigo, y las olas ya no reventaban como antes, y el sol quemaba más y ya era aburrido ir a la estancia. Y ya nunca fue lo mismo, Sofía.
Como dijo el eyaculador precoz, seré breve...
ResponderEliminarFuera de hueveo, gran cuento. Es la cumbre... la cumbre. Me gustó de sobremanera que ocuparas el nombre Sofía, y bueno, siempre me cohíbo cuando comento en tu blog... Nada más dejar claro que me pareció excelente.
Roberto:
ResponderEliminarIntentando mirar con ojos de artista el futuro, he logrado contactarme con las sensaciones placenteras de mi personal tiempo venidero, Paisajes. Esa es la palabras: yo creo que es mío. Los paisajes me generan algo especial. Y todos, cada uno tiene lo suyo. Desde una playa a una ciudad, desde un campo hasta la vista desde un edificio: el paisaje es mío, y compartirlo con otros es la transfusión auténtica de sentimientos y sensaciones que es el arte.
Amé esa colina. Y de pronto me sentí observando ese firmamento como Julián. Pero me sentí solo, sin Sofía tampoco, menos con Julián: creo que tampoco sentí el árbol... Todo había pasado. Y miraba el suelo, quemado, sintiendo la brisa lejana y el rumor lejano de esas olas. Soledad, y ahora miro a Julián como un pasado, mi pasado, algo pasado... no sé qué... la verdad, si sé, pero ya es pasado. Y ahí está, como otro recuerdo, como otra sensación, como otro paisaje en el futuro de mi pasado.
Boscal Cortez.
Me gustó, aunque por partes se desordena un poco la cosa, no sé si lo quisiste hacer así.
ResponderEliminarEl relato me gustó ya que parece que lo relatase Julián, no por las palabras , sino por la redacción
Me gusta no tanto,como otros pero me gusta:)
ResponderEliminarMe agradó tu cuento Roberto,me transmitió mucha inocencia,la forma en que empleas las palabras para que uno se volque nuevamente a la niñez me parece notable,ahora me pregunto ¿qué habra sido de Sofía? a lo mejor deberías crear un relato de ella : ) cuidate Robertiño
ResponderEliminarAna.-