No quise saber de ellos.

Años después nos encontraríamos en un bar del centro. Fumaba un cigarrillo de los que me gustan a mí, su particular forma de tomarlo entre los dedos me pareció familiar. Recordé entonces el día en que nos burlamos de él. Yo había empezado a fumar unas semanas antes y la imagen del humo saliendo de mi boca me cedía algo parecido al poder. Lo obligué a fumar y me reí después cuando se atoró. Con los días se hizo rutina el compartir un cigarrillo antes de entrar a clases.
Me acerqué dispuesto a hablarle, estaba solo aquel día y necesitaba alguien con quien tomar un trago. No me sorprendí cuando lo pensé. ‘Necesito alguien con quien tomar un trago’. Y es que los años habían pasado infalibles y borraron tantas cosas. Entonces me acerqué aún más y, sin dudarlo, le hablé. Sus ojos parecían tener la misma expresión que no supe ni sabré nunca describir. A pesar de eso, supe que me había reconocido. Una sonrisa se dibujó en su cara y nos abrazamos.
Naturalmente, hablamos del colegio, de nuestras travesuras, nuestras novias furtivas, los cigarrillos en el baño, tantas cosas que parecían guardadas ya. Me contó lo del cáncer. A los pulmones. Evité sentirme culpable, y el hecho de ver un cigarrillo en sus dedos me ayudó un poco. Me dijo que le quedaba poco tiempo y le encontré razón cuando dijo que no había sentido para dejar de fumar. Tampoco había sentido en su vida. Fue fotógrafo aficionado, trabajaba en un colegio tomando las fotos anuales. Tuvo que irse cuando descubrieron su relación con una de las alumnas. Me contó tantas cosas. ‘Ahora escribo’. No pude recordar alguna imagen de un libro bajo su brazo. Me regaló una de sus novelas, la que nunca leí. De pronto me dijo que el loco Martín había muerto. Una bala en la cabeza y otra en el brazo, disparadas desde una pistola, la cual estaba en manos de un borracho desconocido. Fue en ese momento en el que comprendí todo, me puse de pie y caminé rumbo a mi departamento.